Hay un tipo de meditación que invita a visualizar un espacio, imaginado o real, donde te sientas feliz y tú mismo; un lugar seguro y agradable al que poder "regresar" en aquellos momentos que lo necesites. Desde el primer instante en que realicé esta meditación, mi "lugar seguro" ha sido una finca que tenían mis abuelos, desde años antes de que yo naciese, a la que llamaban "La Barrumba" (supongo que será el nombre del terreno o la montaña), cerca de Duesaigües (Tarragona); este terreno estaba en mitad del monte, y muchos veranos y períodos de vacaciones nos juntábamos toda la familia. Muchas veces pienso que gran parte de mi pasión por la práctica contemplativa y la mística, así como de mi inquietud por la vida en la montaña, vienen de mis experiencias en este lugar... Alrededor del año 2001-2003 (no recuerdo exactamente), y a punto de fallecer mi abuelo, el terreno se vendió; desde entonces, una de mis ilusiones es volver a visitarlo. Muchas veces me acuerdo de él, y aparece a menudo en mis sueños. Hace un rato, casualidades de la vida, he encontrado el artículo de un senderista que citaba la montaña donde se situaba la casa y en el que, sorprendentemente, estaba colgada la foto que comparto al final de esta entrada. Decenas de recuerdos circulan ahora mismo por mi mente: jugué infinidad de veces en esos columpios; en el porche, casi todas las noches, me quedaba dormido mirando las estrellas y dándome cuenta de lo pequeños que somos y lo grande que es el Universo... Parece que fue ayer cuando me perdía en mis paseos por los montes, o cuando bajábamos al pueblo para comprar en la tienda de Jordi, o cuando nos bañábamos en la piscina... Veo nítidamente a Bu y Nala (unos perros que tenía el vecino de abajo) subir a visitar a mi abuelo; y qué curioso, porque yo entonces no tendría más que 3 ó 4 años. Me acuerdo también de los vecinos de abajo, de su hija, Tania, y de sus perros ladrando cuando nos acercábamos a la valla. Y de los terrenos del vecino de arriba, al que llamaban "el maestro" (creo que la casa ahora pertenece a Proyecto Hombre). Y de cuando precisamente su hijo bajó para avisarnos que había incendios cerca y tuvimos que irnos corriendo.... Aún siento en mis frágiles piernas de niño el cansancio tras subir a la torre de enfrente y volver cargados (unos más que otros) de leña que, posteriormente, usábamos para encender la chimenea los días de frío... Me río (ahora) de los sustos que me dieron, alguna vez, algunos animales que se metieron dentro de la casa a investigar si había comida. Y de cuando la familia era ya tan numerosa, que nos llevábamos la tiendas de campaña y dormíamos fuera de la casa. Me acuerdo de Tod (mi perro) corriendo, libre, por la montaña. Me pregunto, también, si seguirán ahí los "tesoros" que escondí en ciertos "lugares secretos" de la finca... Revivo imágenes, sonidos, olores... Hoy me acuesto con sentimientos encontrados. Siento una gran pena al ver, aparentemente, este lugar tan dejado, tan descuidado, tan abandonado... Y, sin embargo, también me siento inmensamente agradecido por las experiencias vividas en él e infinitamente maravillado por comprobar cómo la vida se abre camino... ............................................................ Mirando detenidamente la foto me viene a la memoria parte del 'Cántico de las Criaturas' de San Francisco de Asís: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana madre tierra, la cual nos sostiene y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas» Abro también, al azar, el Tao Te Ching al azar; aparece el capítulo 52, que no puede ser más revelador: «En el principio era el Tao. Todo surge de él; a él todo retorna» Actualización (Junio 2019): Aprovechando que a finales de Junio estábamos relativamente cerca del lugar, nos acercamos a hacer una visita.
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Todos los practicantes de artes marciales somos partícipes y beneficiarios de un legado que ha sido transmitido, a lo largo de generaciones, como resultado de la vida, enseñanzas y experiencias de los grandes maestros. Ellos viven en nosotros y son parte de nosotros. Reza un antiguo proverbio chino que «quien no conoce su aldea de origen, jamás encontrará la aldea que busca». Honrar a nuestros maestros implica, por tanto, valorar, respetar y agradecer su legado, la herencia que nos han dejado. Hoy escribo para honrar y recordar a uno de ellos: el maestro Tian Qiutian. Hoy he sabido que el maestro Tian Qiutian falleció el pasado 8 de Junio de 2016 a los 83 años. Sobrino de Tian Xiuchen (discípulo de Chen Fake) y maestro del Dr. Wang Xiaojun (maestro de mi maestro, Félix Castellanos), formó parte de la 19ª generación del estilo Chen de Taichi y la 3ª generación de la línea Chen de Pekín, a cuyo reconocimiento y difusión dedicó por completo su vida. Era muy querido y respetado en Pekín tanto por practicantes como por otros maestros, además de ser un referente del estilo Chen. El pasado verano, en mi viaje a China, tuve el honor de visitar al maestro en su casa. Aún nos recuerdo, con total claridad, en ese caluroso y húmedo día, subiendo las escaleras del edificio, situado en una zona pobre de Pekín, y entrando por la puerta del hogar encontrándonos, de frente, con él. Me llamó poderosamente la atención su constante sonrisa, su generosidad, humildad y sencillez, así como la nobleza, paz y serenidad que transmitía su mirada. Me acordé, en ese momento, de aquellos grandes sabios nombrados en las historias, alejados del lujo y las riquezas, satisfechos y felices con lo poco que poseían. Y sin embargo, detrás de esa modestia, de esa sencillez, de ese recogimiento…, se encontraba un gran maestro y parte viva de la Historia del Taichi. El maestro Tian nos acogió acompañado de su mujer (gravemente enferma), sus hijos y uno de sus nietos, conviviendo todos en un reducido espacio de pocos metros cuadrados donde, pese a la más que aparente pobreza, reinaba un ambiente de felicidad. Tras la bienvenida, los saludos y presentaciones, nos ofrecieron agua y nos invitaron a sentarnos y acompañarles un rato. Sonrisas, alegría, afecto… Me conmovió especialmente la ternura con la que los hijos cuidaban a sus padres, el cariño con el que el nieto trataba a sus abuelos, la entrega amorosa del “discípulo Wang” hacia su maestro. Y es que fue este, también, un aspecto llamativo y hermoso: conocer al Dr. Wang Xiaojun, el maestro de mi maestro, en su rol de discípulo. Me hizo pensar. Y es que, al final, ¿qué somos sino eslabones de una cadena que se remonta a tiempos antiguos, transmisores de un arte ancestral que forma parte de nosotros y transforma nuestras vidas? Un arte que, al mismo tiempo, no nos pertenece y motiva, en muchos de nosotros, la necesidad de compartir este maravilloso tesoro. El encuentro con el maestro Tian Qiutian supuso uno de los más emocionantes de mi vida, y lo recordaré con especial amor y cariño. Necesité un tiempo para poder asimilar que había sido partícipe de un momento único e histórico que nunca se repetiría, que la vida me había obsequiado con un maravilloso regalo y me había recordado, una vez más, la importancia de uno de los pilares fundamentales de nuestra existencia: la familia. Pocas palabras pueden expresar lo que siento más que aquellas que sirvan de sincero agradecimiento al maestro Tian Qiutian por su dedicación y entrega al Taichi a lo largo de su historia, por la herencia que nos ha dejado y que sigue viva a través de sus sucesores. Agradecido, también, a la vida y las personas que me dieron la oportunidad de conocerlo y aprender tanto en tan poco tiempo. Si estás leyendo esto te invito a que cierres un momento los ojos y trates de recordar a tus ancestros. Sonríe y, desde lo más profundo de tu corazón, diles: «gracias por tu vida, gracias por tu legado.» En memoria del maestro Tian Qiutian (田秋田, 1933 - 2016). Visita al maestro Tian Qiutian en su casa. En la fotografía de la izquierda, por orden: Anabel Esteve, Félix Castellanos, Dr. Wang Xiaojun, Tian Qiutian, Manuel Rodríguez, Aarón Andreo. A la derecha: Manuel Rodríguez con el maestro Tian Qiutian (Pekín, Agosto 2015).
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Manuel RodríguezEterno aprendiz... Archivos
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