Entonces apareció el zorro: - ¡Buenos días! -dijo el zorro. - ¡Buenos días! -respondió cortésmente el principito que se volvió pero no vio nada. - Estoy aquí, bajo el manzano -dijo la voz. - ¿Quién eres tú? -preguntó el principito-. ¡Qué bonito eres! - Soy un zorro -dijo el zorro. - Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-, ¡estoy tan triste! - No puedo jugar contigo -dijo el zorro-, no estoy domesticado. - ¡Ah, perdón! -dijo el principito. Pero después de una breve reflexión, añadió: - ¿Qué significa "domesticar"? - Tú no eres de aquí -dijo el zorro-. ¿Qué buscas? - Busco a los hombres -le respondió el principito-. ¿Qué significa "domesticar"? - Los hombres -dijo el zorro- tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas? - No -dijo el principito-. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"? -volvió a preguntar el principito. - Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa "crear vínculos". - ¿Crear vínculos? - Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo... - Comienzo a comprender -dijo el principito-. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado... - Es posible -concedió el zorro-, en la Tierra se ven todo tipo de cosas. - ¡Oh, no es en la Tierra! -exclamó el principito. El zorro pareció intrigado: - ¿En otro planeta? - Sí. - ¿Hay cazadores en ese planeta? - No. - ¡Qué interesante! ¿Y gallinas? - No. - Nada es perfecto -suspiró el zorro. Y después volviendo a su idea: - Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de Sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo. El zorro se calló y miró un buen rato al principito: - Por favor... domestícame -le dijo. - Bien quisiera -le respondió el principito-, pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas. - Sólo se conocen bien las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame! - ¿Qué debo hacer? -preguntó el principito. - Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca... El principito volvió al día siguiente. - Hubiera sido mejor -dijo el zorro- que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios. - ¿Qué es un rito? -inquirió el principito. - Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones. De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida: - ¡Ah! -dijo el zorro-, lloraré. - Tuya es la culpa -le dijo el principito-, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique... - Ciertamente -dijo el zorro. - ¡Y vas a llorar!, -dijo él principito. - ¡Seguro! - No ganas nada. - Gano -dijo el zorro- he ganado a causa del color del trigo. Y luego añadió: - Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto. El principito se fue a ver las rosas, a las que dijo: - No sois en absoluto parecidas a mi rosa. Nadie os ha domesticado ni habéis domesticado a nadie. Sois como era antes mi zorro, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo. Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles: - Sois muy bellas, pero estáis vacías y nadie daría la vida por vosotras. Cualquiera que os vea podrá creer indudablemente que mi rosa es igual que cualquiera de vosotras. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y, algunas veces, hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin. Y volvió con el zorro: - Adiós -le dijo. - Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: no se ve bien sino con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos. - Lo esencial es invisible a los ojos -repitió el principito para acordarse. - Lo que hace más importante a tu rosa es el tiempo que tú has perdido por ella. - Es el tiempo que yo he perdido por ella... -repitió el principito para recordarlo. - Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa... - Soy responsable de mi rosa... -repitió el principito, a fin de acordarse. Capítulo XXI de “El Principito” (Antoine de Saint-Exupery)
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¡Cuán maravilloso es el Taichi Chuan, cuyos movimientos siguen las leyes de la naturaleza! Continuo como una pulsera de jade, cada movimiento expresa el símbolo del Taichi. El cuerpo entero se llena de un continuo Qì, no hay desequilibrio entre lo superior y lo inferior. Apoya los pies con pasos de gato, moviendo el Qì como se enrolla la seda. En el movimiento, todo se mueve; en la quietud, todo está en calma. Arriba, el vértice de la cabeza está suspendido, y abajo el Qì se hunde en el Dantian. Relaja los hombros y baja los codos; estira la espalda y relaja el pecho. Cuando el weilu (sacro) está vertical de forma natural, el cuerpo se siente relajado y el Qì vivo. Utiliza la mente y no la fuerza, girando el cuerpo sobre la cintura. Todo sube desde la raíz, en los pies, mientras piernas y cintura se alinean perfectamente. La energía asciende por columna vertebral, y llega hasta los brazos y la punta de los dedos, porque, donde quiera que el Qì vaya, se manifiesta en el cuerpo. Todo esto depende de la mente, y nada tiene que ver con la fuerza bruta. Cuando lo lleno y lo vacío se distinguen claramente, lo duro y lo suave se adaptan a los cambios. Ying y Yang deben complementarse mutuamente, cuando al movernos de un lado a otro, giramos y cambiamos de postura. El Qì se despierta al variar la relación entre energías, y el espíritu permanece adentro. El movimiento surge de la quietud, pero incluso en el movimiento hay quietud. El espíritu dirige al Qì en su movimiento, y la palma y la muñeca están conectadas a la cintura. Nuestros pasos se adaptan a los cambios de situación, y las manos y los ojos se acomodan a las condiciones. Rapidez o lentitud siguen los movimientos del oponente; con el peso a un lado, nuestros movimientos no se retrasarán. Sin perder el contacto o sin dejar de agarrar, cada postura debe anticiparse al adversario. Después de atraer al oponente y neutralizar su energía, emitimos energía como un pozo burbujeante. Dejemos que el más fuerte agresor nos ataque, mientras cien gramos desvían mil kilos. Clásicos perdidos del Taichi
de finales de la dinastía Ching Los caballos de un campesino huyeron. Aquella tarde, los vecinos se reunieron para compadecerse de él, puesto que había tenido tan mala suerte. Él dijo: «Puede ser». Al día siguiente los caballos regresaron, trayendo consigo seis caballos salvajes, y los vecinos lo felicitaron por su buena suerte. Él dijo: «Puede ser». Entonces, al día siguiente, su hijo intentó ensillar y montar uno de los caballos salvajes, fue derribado, se cayó y se fracturó un brazo. Nuevamente, los vecinos fueron a expresar su compasión por la desgracia. Él dijo: «Puede ser». Un día mas tarde, los oficiales del ejército vinieron para reclutar y llevarse a los hombres jóvenes, pero como tenía un brazo roto, el hijo del campesino fue excluido. Cuando los vecinos le expresaron cuán afortunado había sido, él dijo: «Puede ser». Relato taoista
«"The Potter" (el Alfarero) es una criatura antigua que da vida a la arcilla. En su cuidado está un aprendiz que desea aprender el secreto. Ésta es su historia...» (Josh Burton)
Mantén las Trece Posturas; no las olvides. Cuando desees moverte, empieza desde la cintura. Sé sensible a los cambios, al más ligero cambio de lo lleno a lo vacío. Así dejaras que el Qì circule como un fluido por todo tu cuerpo, sin cesar. Invisible en el abrazo de la quietud yace el movimiento; y dentro del movimiento la quietud se oculta. Busca, por tanto, lo que está quieto dentro del movimiento. Si puedes abordarlo, los descubrimientos serán tuyos cuando te enfrentes al oponente. Que todo movimiento se llene de conciencia y significado. Si puedes hacerlo, el esfuerzo del no esfuerzo aparecerá. Nunca abandones la atención a la cintura. Cuando el abdomen esté ligero y libre, el Qì se estimulará. Cuando las vertebras inferiores estén erguidas, el espíritu se elevará a la parte superior de la cabeza. Todo el cuerpo debe ser flexible y suave, la cabeza suspendida como si colgara de arriba por un solo cabello. Permanece despierto, buscando el significado del propio Taiji. Si el cuerpo se dobla o estira, si se abre o se cierra, que el camino natural sea tu camino. Al principio, los estudiantes escuchan las palabras de su maestro, pero con cuidado y esfuerzo aprenden a aplicarse, y entonces la habilidad se desarrolla por sí sola. ¿Quién puede decirme cuál es el principal principio del Taiji? La mente despierta viene primero y el cuerpo le sigue. ¿Quién puede decirme cual es el significado y la filosofía del Taiji? Juventud eterna y una vida larga y saludable, que significan una primavera siempre presente. Cada una de las palabras de esta canción es valiosa y te importa; si no escuchas sus palabras, y no las sigues, seguramente desperdiciarás tu vida. Anónimo
«Coloca una carpa en un estanque en cuyo centro haya una piedra; coloca otra carpa en un segundo estanque, éste sin esa piedra. En el primero, la carpa nadará en torno a la piedra, la que le procurará un ejercicio constante sin que por ello se ponga en duda su resistencia. Esa carpa se hará grande antes que la del otro estanque: esto se debe a tener que repetir "constantemente" el mismo ejercicio». (Okada Torajido)
«Los analfabetos del siglo XXI no serán aquéllos que no sepan leer y escribir, sino aquéllos que no sepan aprender, desaprender y reaprender» (Herbert Gerjuoy, citado por Alvin Toffler en “El Shock del Futuro”) Nan-in, un maestro japonés de la era Meiji (1868-1912) recibió cierto día la visita de un erudito, profesor en la Universidad, que acudió a preguntarle acerca del Zen. Nan-in le sirvió té. Vertió el líquido hasta llenar la taza del visitante y entonces, en vez de detenerse, siguió vertiendo té sobre ella con toda naturalidad. El profesor contemplaba absorto la escena, hasta que al fin no pudo contenerse más: - Ya está completamente llena. ¡No siga, por favor, no cabe una gota más! - Al igual que esta taza -dijo entonces Nan-in-, usted está lleno de sus propias opiniones y especulaciones. ¿Cómo puedo mostrarle lo que es el Zen a menos que vacíe primero su taza? Cuento Zen
El iceberg, esa inmensa mole luminosa,
aparece solitario y separado..., pero todo -también él- es Agua: su ínfima parte emergida; la parte sumergida envuelta de mar; el océano entero. Todo es Agua que se manifiesta en formas diferentes... Como el iceberg, así nosotros: tenemos una pequeña parte consciente y otra extensa zona “sumergida” e inconsciente que, poco a poco, vamos descubriendo, con esfuerzo laborioso... Nos creemos separados, aislados incluso, y ésa es la causa de nuestro sufrimiento. Pero la realidad exacta es que estamos envueltos, entretejidos y, en último término, “hechos de Dios”. Por eso, en cuanto trascendemos el pensamiento, se muestra la No-dualidad de Lo Que Es... (Cuento Zen) Dos monjes viajeros, el maestro y su joven discípulo, estaban de viaje hasta que llegaron a un río donde encontraron a una joven mujer. La mujer estaba preocupada porque tenía que cruzar el río, pero no lo hacía porque temía la afluencia de agua que en ese momento estaba bajando. Llevaba en su mano una pequeña bolsa, con hierbas medicinales. Preocupada por la corriente y por retrasarse en la vuelta a casa, se dirigió a los dos monjes y les preguntó si la podían llevar al otro lado. El joven monje dudó, pero el otro la levantó rápidamente sobre sus hombros, la llevó al otro lado del río, y la dejó en la orilla. Ella le dio las gracias y se alejó. El maestro la saludó inclinándose, uniendo las palmas de sus manos sobre su pecho, como es costumbre en esas tierras.
Siguieron durante 5 horas viajando, y el joven monje estaba removido y cabizbajo. Como indican sus enseñanzas, los monjes no pueden tocar a las mujeres. Incapaz de mantenerse en silencio, finalmente habló: - «¡Maestro, siempre nos has enseñado a evitar cualquier contacto con mujeres, pero tu levantaste a aquella y la llevaste!» Respondió el maestro, con una mirada llena de compasión: - «Hermano, hace cinco horas que la dejé al otro lado del río, mientras que tú todavía la estás cargando». Cuentan que cierto día un joven se acercó al maestro Tang Lung y le dijo: - «Abuelo, el arte marcial que usted enseña es sólo para ancianos y no sirve para nada». El maestro contestó: - «Verás, hijo mío, hay dos clases de escuelas de artes marciales: las externas y las internas. Las escuelas externas enseñan a pegar fuertes patadas; pero un burro será capaz de dar patadas más poderosas y un hombre, por mucho que entrene, nunca será tan fuerte como un elefante o un toro. Sin embargo, los maestros internos enseñamos a combatir enemigos invisibles que, además, son los más poderosos, como la vejez, la enfermedad, la ira, la maledicencia y la muerte... El practicante de Taichi que ha logrado encontrar un verdadero maestro interno sabe esquivar la enfermedad y la ira; la vejez y la maledicencia también llegarán sin pasarle factura y, cuando la muerte quiera sorprenderle, estará preparado. Así que ya ves que no es que sólo los viejos practiquemos Taichi, sino que los que practicamos Taichi... llegamos a viejos». "DEL TAI-CHI AL TAO: ESPIRITUALIDAD Y MÍSTICA EN LAS ARTES MARCIALES", de MANUEL I. FERNÁNDEZ MUÑOZ Zilu preguntó: - ¿Cuándo debo poner en práctica las cosas que aprendí? Confucio respondió: - Aún he de enseñarte muchas cosas. ¿Por qué tanta impaciencia para pasar a la acción? Espera el momento adecuado. Justo a continuación, Gongchi preguntó: - ¿Cuándo debo poner en práctica las cosas que aprendí? - Inmediatamente -respondió Confucio. - Eso no ha sido justo -se quejó Zilu-. Gongchi sabe lo mismo que yo y usted le ha permitido actuar. - Un buen padre conoce la esencia de sus hijos -dijo Confucio-. Frena a aquel que es demasiado osado y empuja al que no sabe caminar con sus propias piernas. Paulo Coelho
«El pez que vive en una charca nada puede saber del océano, está atado a su espacio. El insecto de verano nada sabe de los hielos del invierno, está atado al tiempo de su corta vida» (Zhuang Zi, sabio taoísta) Cuento chino Un día, una rana que vivía en el fondo de un pozo poco profundo se dirigió pletórica a una tortuga del Mar del Este.
- «¡Mi vida en el pozo es verdaderamente una alegría! Cuando salto fuera de él, me subo al pasamano exterior. Cuando vuelvo, descanso en una grieta dentro del pozo. Mientras nado, el agua del pozo cubre mis axilas pero mi cabeza permanece en la superficie. Jugando en el lodo, entierro mis pies en él. Mira a los berberechos, cangrejos y sapos que viven a mi alrededor tan felices como lo estoy yo. Además, este pozo es mi territorio, para mi disfrute. Qué vida tan maravillosa es esta. ¿Por qué no vienes y lo ves por ti mismo?» Al escuchar la invitación de la rana, la tortuga se preparó para entrar al pozo. Pero antes de que pudiera mover su pata izquierda, el pasamano del pozo le bloqueó la pata derecha. Se retiró a un lado del pozo y empezó a explicarle a la rana cómo era el mar. - «¿Cuán grande es el mar? Incluso 1.600 Km no describiría su amplitud; 3.000 metros no podrían describir su profundidad. Durante la época del Gran Yu, de la dinastía Xia, en 10 años hubo 9 años de inundaciones, aunque el nivel no pareció aumentar. Durante la época de Tang, de la Dinastía Shang, en 8 años hubo 7 años de sequía, pero la orilla del mar no pareció retroceder. No se ve afectado por el paso del tiempo ni por las oscilaciones de la marea, por lo tanto es la gran alegría de vivir en el Mar del Este». Al escuchar hablar sobre el mar, la rana se quedó estupefacta. Empezó a sentir la insignificancia de su vida en el pozo. Cuando su hermano nació, Sa-chi Gabriel comenzó a insistir ante sus padres para quedarse sola con el bebé. Temiendo que, como muchas criaturas de cuatro años, tuviera celos y quisiera maltratarlo, no la dejaron. Pero ella no demostraba tener celos. Y, como siempre trataba a su hermano con cariño, los padres decidieron hacer una prueba: dejaron a Sa-chi con el recién nacido y permanecieron observando su comportamiento a través de una puerta semiabierta. Encantada por ver satisfecho su deseo, la pequeña Sa-chi se aproximó a la cuna de puntillas, se inclinó hacia el bebé y le dijo: - ¡Cuéntame cómo es Dios! ¡Yo ya me estoy olvidando! Paulo Coelho
Autor desconocido A ti, que lees esto, recibe un pedazo de mi corazón. Un día un hombre joven se situó en el centro de un poblado y proclamó que él poseía el corazón más hermoso de toda la comarca. Una gran multitud se congregó a su alrededor y todos admiraron y confirmaron que su corazón era perfecto, pues no se observaban en él ni máculas ni rasguños. Sí, coincidieron todos que era el corazón más hermoso que hubieran visto.
Al verse admirado, el joven se sintió más orgulloso aún, y con mayor fervor aseguró poseer el corazón más hermoso de todo el vasto lugar. De pronto un anciano se acercó y dijo: - ¿Porqué dices eso, si tu corazón no es, ni de lejos, tan hermoso como el mío? Sorprendida, la multitud y el joven miraron el corazón del viejo y vieron que, si bien latía vigorosamente, éste estaba cubierto de cicatrices y hasta había zonas donde faltaban trozos y éstos habían sido reemplazados por otros que no encastraban perfectamente en el lugar, pues se veían bordes y aristas irregulares en su derredor. Es más, había lugares con huecos, donde faltaban trozos profundos. La mirada de la gente se sobrecogió: - ¿Cómo puede él decir que su corazón es más hermoso? - pensaron. El joven contempló el corazón del anciano y al ver su estado desgarbado, se echó a reír: - Debes estar bromeando - dijo. - Comparar tu corazón con el mío... ¡El mío es perfecto! En cambio el tuyo es un conjunto de cicatrices y dolor. - Es cierto - dijo el anciano. - Tu corazón luce perfecto, pero yo jamás me involucraría contigo... Mira, cada cicatriz representa una persona a la cual entregué todo mi amor. Arranqué trozos de mi corazón para entregárselos a cada uno de aquellos que he amado. Muchos, a su vez, me han obsequiado un trozo del suyo, que he colocado en el lugar que quedó abierto. Como las piezas no eran iguales, quedaron los bordes (por los cuales me alegro), porque al poseerlos me recuerdan el amor que hemos compartido. Hubo oportunidades en las que entregué un trozo de mi corazón a alguien pero esa persona no me ofreció un poco del suyo a cambio. De ahí quedaron los huecos. Dar amor es arriesgar, pero a pesar del dolor que esas heridas me producen al haber quedado abiertas, me recuerdan que los sigo amando y alimentan la esperanza de que algún día, quizá, regresen y llenen el vacío que han dejado en mi corazón. ¿Comprendes ahora lo que es verdaderamente hermoso? El muchacho permaneció en silencio y lágrimas corrían por sus mejillas. Se acercó al anciano, arrancó un trozo de su hermoso y joven corazón y se lo ofreció. El anciano lo recibió y lo colocó en su corazón. Luego, a su vez, arrancó un trozo del suyo, ya viejo y maltrecho, y con él tapó la herida abierta del joven. La pieza se amoldó, pero no a la perfección. Al no haber sido idénticos los trozos, se notaban los bordes. El joven miró su corazón que ya no era perfecto, pero lucía mucho más hermoso que antes, porque el amor del anciano fluía en su interior. Hace muchos, muchísimos años, no había ni ríos ni lagos en la Tierra, solamente existía el Mar del Este, en el que vivían cuatro dragones: el Dragón Largo, el Dragón Amarillo, el Dragón Negro y el Dragón Perla. Un día, los Cuatro Dragones salieron a la superficie del mar y decidieron ir a darse una vuelta por el cielo. Allí jugaron al escondite entre las nubes esponjosas, volaron y planearon, saltaron y rieron. De repente, el Dragón Perla gritó: - ¡Venid aquí, rápido! - ¿Qué ocurre?- preguntaron los otros tres, mirando hacia dónde señalaba el Dragón Perla. Sobre la tierra, vieron a mucha gente sacando frutas y tartas y quemando varitas de incienso. ¡Estaban rezando! Una mujer joven, arrodillada en el suelo con un niño delgado sobre la espalda, imploraba: - Por favor, Dios del Cielo, envíanos lluvia rápido o no tendremos nada para comer… No había llovido desde hacía mucho tiempo. Los cultivos se marchitaban, la hierba se volvía de color amarillo y los campos se secaban bajo el sol abrasador. - ¡Pobre gente! ¡Qué pena me dan!- dijo muy triste el Dragón Amarillo. - Si no llueve pronto, no tendrán nada para comer y morirán…- dijo el Dragón Negro. Los Cuatro Dragones se quedaron muy pensativos buscando alguna solución para ayudar a la gente de la Tierra. - ¿Y si fuéramos a ver al Emperador Jade y le pidiéramos que enviara lluvia a la Tierra?- propuso el Dragón Perla. - ¡Muy buena idea!- contestó el Dragón Amarillo. - ¡Sí! ¡Seguro que él podrá ayudar a esa pobre gente!- contestó el Dragón Negro. Así que los cuatro Dragones se dispusieron a visitar al poderoso Emperador Jade, que vivía en el Palacio Celestial. El Emperador Jade era muy poderoso, ya que se encargaba de los asuntos del Cielo, de la Tierra y del Mar. Los Cuatro Dragones entraron corriendo en el Palacio Celestial. El problema que les traía era realmente urgente, pero al Emperador no le gustaron aquellas prisas, ya que estaba en un concierto de hadas. - ¿Qué estáis haciendo aquí vosotros?- les preguntó enfadado. - ¿No deberíais estar en vuestro Mar? El Dragón Largo se acercó al Emperador y le dijo: - Majestad, hemos venido a pedirle que envíe un poco de lluvia a la Tierra. Los cultivos en la Tierra se están secando por falta de lluvia y pronto las gentes no tendrán nada para comer. - Está bien- dijo el Emperador Jade. - Iros tranquilos. Mañana enviaré la lluvia.- Y siguió escuchando tranquilamente las canciones de las hadas. - ¡Muchas gracias Majestad! - contestaron felizmente los Cuatro Dragones. Pero pasaron diez días y todavía no había caído una gota de agua sobre la Tierra. La gente pasaba hambre. Comían cortezas de árbol o raíces de plantas y cuando esto se acabó, comieron incluso arcilla. Viendo esto, los Cuatro Dragones se sintieron muy mal y se dieron cuenta de que el Emperador Jade sólo se preocupaba de pasárselo bien, sin tomar en serio los problemas de la gente. Sólo podían confiar en ellos mismos para ayudar a la gente de la Tierra. Pero... ¿cómo iban a hacerlo? Mirando hacia el mar, el Dragón Negro dijo que había tenido una gran idea. - ¿Qué es? Venga, rápido, ¡cuéntanoslo! - gritaron los otros tres Dragones. - Mirad, ¿no veis que hay muchísima agua en el mar en el que vivimos? ¡Podríamos llenar nuestras bocas de agua y luego rociarla sobre la Tierra! ¡Sería como la lluvia!- explicó el Dragón Negro. - Es una idea fantástica - dijo el Dragón Amarillo. - Los campos se regarán y la gente podrá recoger las cosechas y no morirá de hambre! ¡Vamos chicos, no hay tiempo que perder! - Esperad un momento - dijo el Dragón Perla muy pensativo. - ¿Qué ocurre ahora? ¿No ves que tenemos prisa? - contestó el Dragón Largo. - ¡La gente de la Tierra está esperando la lluvia! - ¿No habéis pensado que el Emperador Jade nos castigará si se da cuenta? - A mi no me importa - contestó el Dragón Largo con determinación. - Haría lo que fuera para ayudar a esa gente. - ¡Pues a mi tampoco me importa! - contestó el Dragón Perla. El Dragón Amarillo y el Negro se miraron y dijeron a la vez: - ¡A nosotros tampoco! - Entonces, ¡manos a la obra! ¡Pase lo que pase, nunca nos arrepentiremos de esto! - exclamó el Dragón Negro. Así que volaron hacia el mar. Abrieron bien sus bocas y las llenaron de agua. Volvieron a alzar el vuelo y revolotearon por el cielo, produciendo viento. Sus alas taparon el sol y la gente miró al cielo creyendo que de verdad se avecinaba una gran tormenta. Entonces los Cuatro Dragones empezaron a pulverizar el agua sobre la Tierra. Cuando habían vaciado sus bocas, volvían a llenarlas en el mar y subían al cielo otra vez. Y así lo hicieron una vez y otra, hasta que había caído una buena lluvia sobre la Tierra. La gente salió de sus casas mirando hacia el cielo y gritando con alegría: - ¡Está lloviendo, está lloviendo! ¡Salvaremos la cosecha! El agua cayó sobre la Tierra y los campos reverdecieron. La gente cantaba para agradecer al Dios del Cielo la lluvia y los niños bailaban y saltaban sobre los charcos de agua. Cuando el Emperador Jade se dio cuenta que estaba lloviendo se puso furioso. ¡¿Cómo se habían atrevido a llevar lluvia a la Tierra sin su permiso?! Ordenó que sus soldados fueran a buscar a los Cuatro Dragones y los trajeran ante él. Estaba dispuesto a castigarlos muy duramente por haberlo desobedecido. Cuando los Dragones estuvieron en el Palacio Celestial, el Emperador Jade llamó al Dios de la Montaña y le ordenó que trajera cuatro montañas para encerrar a los Cuatro Dragones. El Dios de la Montaña trajo volando cuatro montañas y las colocó sobre los cuatro Dragones, que quedaron atrapados sin poder moverse. Aún así, los Cuatro Dragones nunca se arrepintieron de lo que habían hecho, porque habían ayudado a gente que lo necesitaba. Convencidos de querer hacer siempre buenas acciones para ayudar a los hombres, los Cuatro Dragones se convirtieron en cuatro ríos, que fluyeron a lo largo de altas montañas y profundos valles, cruzando la tierra y ofreciendo su agua a las gentes, para llegar finalmente al mar. Y de esta manera se formaron los cuatro grandes ríos de China:
Cuento Popular Chino
En las proximidades del templo de Shiva vivía un monje. En la casa de enfrente moraba una prostituta. Al observar la cantidad de hombres que la visitaban, el monje resolvió llamarla: - Tú eres una gran pecadora -le reprochó-. Todos los días y todas las noches le faltas el respeto a Dios. ¿Es posible que no puedas detenerte a reflexionar sobre tu vida después de la muerte? La pobre mujer se quedó muy deprimida con las palabras del monje; con sincero arrepentimiento oró a Dios implorando su perdón. Pidió también al Todopoderoso que le hiciera encontrar otra manera de ganar su sustento. Pero no encontró ningún trabajo diferente, por lo que, después de haber pasado hambre una semana, volvió a prostituirse, aunque ahora, cada vez que entregaba su cuerpo a un extraño, rezaba al Señor y pedía perdón. El monje, irritado porque su consejo no había producido ningún efecto, pensó para sí: «a partir de ahora, voy a contar cuantos hombres entran en aquella casa hasta el día de la muerte de esta pecadora». Y, desde ese día, no hizo otra cosa que vigilar la rutina de la prostituta: por cada hombre que entraba, añadía una piedra a un montón que se iba formando. Pasado algún tiempo, el monje volvió a llamar a la prostituta y le dijo: -¿Ves ese montículo? Cada piedra representa uno de los pecados que has cometido a pesar de mis advertencias. Ahora te vuelvo a avisar: ¡cuidado con las malas acciones! La mujer comenzó a temblar al percibir como aumentaban sus pecados. De regreso a su casa derramó lagrimas de arrepentimiento, mientras rezaba: - Oh, Señor, ¿cuándo me librará vuestra misericordia de esta miserable vida que llevo? Su ruego fue escuchado y, aquel mismo día, el Ángel de la Muerte pasó por su casa y se la llevó. Por voluntad de Dios, el Ángel atravesó la calle y también cargó al monje consigo. El alma de la prostituta subió inmediatamente al Cielo, mientras que los demonios se llevaron al monje al Infierno. Al cruzarse en la mitad del camino, el monje vio lo que estaba sucediendo y clamó: - ¡Oh Señor!, ¿es esta tu justicia? ¡Yo, que pasé mi vida en la devoción y en la pobreza, ahora soy llevado al Infierno, mientras que esa prostituta, que vivió en constante pecado, está subiendo al Cielo! Al oír esto, uno de los Ángeles respondió: - Los designios de Dios son siempre justos. Tú creías que el amor de Dios se resumía en juzgar el comportamiento del prójimo. Mientras tú llenabas tu corazón con la impureza del pecado ajeno, esta mujer oraba fervorosamente día y noche. Su alma quedó tan leve después de llorar y rezar que podemos llevarla hasta el Paraíso. La tuya quedó tan cargada de piedras que no conseguimos hacerla subir hasta las alturas. Paulo Coelho
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Manuel RodríguezEterno aprendiz... Archivos
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