Cada vez más instituciones públicas y privadas investigan los beneficios de las prácticas taoístas desde una visión científico-occidental, principalmente las relacionadas con el movimiento consciente. Entre otras, destaca la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard, siendo uno de sus máximos exponentes el Dr. Peter Wayne, médico, docente e investigador, además de profesor de taichi y qigong (o chikung) desde hace más de 30 años. Su investigación se centra, principalmente, en la interacción mente-cuerpo a través de los mecanismos fisiológicos y psicológicos de algunas técnicas complementarias, como la acupuntura, y diferentes prácticas psicocorporales.
Basándose en sus años de investigación y docencia, ha desarrollado una propuesta de mecanismos de acción de estas prácticas taoístas en movimiento, a los que denomina “los ocho ingredientes activos del taichi y el qigong". Realiza así cierto símil con los fármacos, formados por diferentes ingredientes activos, cada uno de los cuales tiene cierta acción sobre el organismo y cuya combinación supone un verdadero efecto terapéutico para el paciente. A pesar de que cada ingrediente o principio tiene una acción por sí mismo, todos se entrelazan, interactúan e influyen entre sí de forma continua. Los ocho ingredientes propuestos son: • Conciencia, mindfulness y atención focalizada. • Intención, creencias y expectativas. • Integración estructural dinámica. • Relajación activa de mente y cuerpo. • Ejercicio aeróbico, fortalecimiento musculoesquelético y flexibilidad. • Respiración natural y más libre. • Interacción social y comunidad. • Espiritualidad encarnada, filosofía y ritual. Estos “ocho ingredientes activos” suponen un marco teórico-práctico perfectamente desarrollado, a partir del cual continuar investigando con el fin de comprender cómo actúan el taichi y el qigong y cuáles son sus beneficios sobre la salud física y mental de las personas. Manuel Rodríguez Salvador. Texto adaptado de mi tesina: "Quietud y movimiento: una revisión teórica sobre mindfulness, qigong y técnicas contemplativas daoístas" (2022). Todos los derechos reservados.
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No digas que partiré mañana
porque todavía estoy llegando. Mira profundamente: llego a cada instante para ser el brote de una rama de primavera, para ser un pequeño pájaro de alas aún frágiles que aprende a cantar en su nuevo nido, para ser oruga en el corazón de una flor, para ser una piedra preciosa escondida en una roca. Todavía estoy llegando para reír y llorar, para temer y esperar, pues el ritmo de mi corazón es el nacimiento y la muerte de todo lo que vive. Soy el efímero insecto en metamorfosis sobre la superficie del río, y soy el pájaro que cuando llega la primavera llega a tiempo para devorar este insecto. Soy una rana que nada feliz en el agua clara de un estanque, y soy la culebra que se acerca sigilosa para alimentarse de la rana. Soy el niño de Uganda, todo piel y huesos, con piernas delgadas como cañas de bambú, y soy el comerciante de armas que vende armas mortales a Uganda. Soy la niña de 12 años refugiada en un pequeño bote, que se arroja al mar tras haber sido violada por un pirata, y soy el pirata cuyo corazón es incapaz de amar. Soy el miembro del Politburó con todo el poder en mis manos, y soy el hombre que ha de pagar su deuda de sangre a mi pueblo, muriendo lentamente en un campo de concentración. Mi alegría es como la primavera, tan cálida que abre las flores de toda la Tierra. Mi dolor es como un río de lágrimas, tan desbordante que llena todos los océanos. Llámame por mis verdaderos nombres para poder oír al mismo tiempo mis llantos y mis risas, para poder ver que mi dolor y mi alegría son la misma cosa. Por favor, llámame por mis verdaderos nombres para que pueda despertar y quede abierta la puerta de mi corazón, la puerta de la compasión. (Thich Nhat Hahn) Hay un tipo de meditación que invita a visualizar un espacio, imaginado o real, donde te sientas feliz y tú mismo; un lugar seguro y agradable al que poder "regresar" en aquellos momentos que lo necesites. Desde el primer instante en que realicé esta meditación, mi "lugar seguro" ha sido una finca que tenían mis abuelos, desde años antes de que yo naciese, a la que llamaban "La Barrumba" (supongo que será el nombre del terreno o la montaña), cerca de Duesaigües (Tarragona); este terreno estaba en mitad del monte, y muchos veranos y períodos de vacaciones nos juntábamos toda la familia. Muchas veces pienso que gran parte de mi pasión por la práctica contemplativa y la mística, así como de mi inquietud por la vida en la montaña, vienen de mis experiencias en este lugar... Alrededor del año 2001-2003 (no recuerdo exactamente), y a punto de fallecer mi abuelo, el terreno se vendió; desde entonces, una de mis ilusiones es volver a visitarlo. Muchas veces me acuerdo de él, y aparece a menudo en mis sueños. Hace un rato, casualidades de la vida, he encontrado el artículo de un senderista que citaba la montaña donde se situaba la casa y en el que, sorprendentemente, estaba colgada la foto que comparto al final de esta entrada. Decenas de recuerdos circulan ahora mismo por mi mente: jugué infinidad de veces en esos columpios; en el porche, casi todas las noches, me quedaba dormido mirando las estrellas y dándome cuenta de lo pequeños que somos y lo grande que es el Universo... Parece que fue ayer cuando me perdía en mis paseos por los montes, o cuando bajábamos al pueblo para comprar en la tienda de Jordi, o cuando nos bañábamos en la piscina... Veo nítidamente a Bu y Nala (unos perros que tenía el vecino de abajo) subir a visitar a mi abuelo; y qué curioso, porque yo entonces no tendría más que 3 ó 4 años. Me acuerdo también de los vecinos de abajo, de su hija, Tania, y de sus perros ladrando cuando nos acercábamos a la valla. Y de los terrenos del vecino de arriba, al que llamaban "el maestro" (creo que la casa ahora pertenece a Proyecto Hombre). Y de cuando precisamente su hijo bajó para avisarnos que había incendios cerca y tuvimos que irnos corriendo.... Aún siento en mis frágiles piernas de niño el cansancio tras subir a la torre de enfrente y volver cargados (unos más que otros) de leña que, posteriormente, usábamos para encender la chimenea los días de frío... Me río (ahora) de los sustos que me dieron, alguna vez, algunos animales que se metieron dentro de la casa a investigar si había comida. Y de cuando la familia era ya tan numerosa, que nos llevábamos la tiendas de campaña y dormíamos fuera de la casa. Me acuerdo de Tod (mi perro) corriendo, libre, por la montaña. Me pregunto, también, si seguirán ahí los "tesoros" que escondí en ciertos "lugares secretos" de la finca... Revivo imágenes, sonidos, olores... Hoy me acuesto con sentimientos encontrados. Siento una gran pena al ver, aparentemente, este lugar tan dejado, tan descuidado, tan abandonado... Y, sin embargo, también me siento inmensamente agradecido por las experiencias vividas en él e infinitamente maravillado por comprobar cómo la vida se abre camino... ............................................................ Mirando detenidamente la foto me viene a la memoria parte del 'Cántico de las Criaturas' de San Francisco de Asís: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana madre tierra, la cual nos sostiene y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas» Abro también, al azar, el Tao Te Ching al azar; aparece el capítulo 52, que no puede ser más revelador: «En el principio era el Tao. Todo surge de él; a él todo retorna» Actualización (Junio 2019): Aprovechando que a finales de Junio estábamos relativamente cerca del lugar, nos acercamos a hacer una visita. Este breve artículo va dirigido, sobre todo, a aquellas personas cristianas (católicas, protestantes, ortodoxas, ...) que, por desconocimiento, creen que no es compatible la práctica de la meditación y la oración. Intentaré dar unas pequeñas pinceladas sobre qué es la meditación, esperando poder acercar esta magnífica y liberadora práctica a quienes ya experimentan la oración, sin intención de cambiar una práctica con la otra, sino más bien de complementarla y mejorarla. Por tanto, no esperes en él una crítica a la Iglesia, la religión o cualquier otra cuestión similar. ¿Qué es y en qué consiste la meditación? La palabra «meditación», en el contexto al que nos referimos en el artículo, suele utilizarse para englobar a cualquiera de las prácticas de crecimiento interior que utilizan las distintas religiones y tradiciones espirituales. La meditación es una herramienta clave para ayudarnos a obtener paz y felicidad. Contrariamente a lo que muchas personas piensan, no es necesario pertenecer a una determinada religión ni estar en un templo o un lugar especial para meditar: puedes hacerlo en cualquier lugar del mundo, desde un rincón de tu casa en el que te sientas cómodo hasta dando un paseo o, por supuesto, en un templo de cualquier religión. La meditación es una práctica a través de la cual se intenta ir más allá del pensamiento condicionado para alcanzar un estado profundo de conciencia. Su objetivo principal es concentrarte y, poco a poco, relajar tu mente hasta liberar tu conciencia. Según vas progresando, vas sintiendo que puedes meditar en cualquier sitio y en cualquier momento, logrando la paz interior a pesar de lo que esté pasando a tu alrededor. Puedes notar, además, que comienzas a reaccionar mejor ante las cosas a medida que te vuelves más consciente de tus pensamientos y emociones. Podría decirse que la meditación es, por tanto, el arte de vivir; a medida que mejora nuestro mundo interior, mejora también nuestro mundo exterior (nuestras relaciones, nuestra vida cotidiana, ...). ¿Qué beneficios tiene la meditación? Los estudios realizados mediante el método científico demuestran los beneficios de la meditación, que van desde la mejora de la salud física, hasta el verdadero conocimiento de uno mismo. Los siguientes son sólo algunos de los beneficios de la meditación: A nivel físico:
A nivel mental:
A nivel espiritual:
Una vez teniendo un poco más claro qué es esto de la meditación, quizá sea el momento de responder, de forma breve, a varias preguntas: ¿Qué diferencia hay, exactamente, entre meditación y oración? La más destacada quizá sea la actitud: cuando rezas, "hablas" a Dios, es decir, haces peticiones o realizas acciones de gracias; cuando meditas, se presenta una actitud más bien de escucha, sintiendo de algún modo dentro de ti la presencia de Dios. ¿Qué beneficios puede tener la meditación enfocada a una mejor oración? Podría decirse que la meditación puede preparar el terreno para hacernos más abiertos a Dios. Cuando se medita, es posible sentir que Dios está profundamente dentro ti. Y desde esta experiencia de un Dios que no está fuera, sino dentro, la experiencia de oración puede ser más enriquecedora. La meditación es una práctica con la que se puede llegar a un crecimiento espiritual. Y este crecimiento espiritual implica, en muchas ocasiones, que la actitud se dirija hacia la contemplación, práctica meditativa común en todas las religiones y tradiciones espirituales y que es, también, un tipo de oración cristiana. Meditación como oración contemplativa En la oración contemplativa, el orante no habla, no razona, no pide..., sino que trata de silenciar su cuerpo y su mente, con una respiración profunda y tranquila, para permanecer en silencio con Dios y sentirse en comunión con Él y con la Creación. La oración contemplativa (o de silencio) ha sido descrita detalladamente en la obra de dos místicos cristianos: Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, a los que recomiendo leer. Esta oración se fundamenta en la búsqueda de Dios en nuestro interior (Dios nos habita, somos "templos del Dios") y la contemplación la belleza de la creación sintiéndonos parte de la misma. Por tanto, la práctica de la meditación es, en cierto modo, una forma de "interiorización" en la que el meditador (y orante) se entrega a Dios, que habita en su interior, en su exterior y en todo lo que le rodea. Su mente no habla, no piensa; sólo se queda a solas con Dios en el silencio, con atención plena y escucha atenta. Manuel Rodríguez
Instructor de Taichi, Chikung y Meditación. Más de 15 años de experiencia como catequista de jóvenes y adultos. Entonces apareció el zorro: - ¡Buenos días! -dijo el zorro. - ¡Buenos días! -respondió cortésmente el principito que se volvió pero no vio nada. - Estoy aquí, bajo el manzano -dijo la voz. - ¿Quién eres tú? -preguntó el principito-. ¡Qué bonito eres! - Soy un zorro -dijo el zorro. - Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-, ¡estoy tan triste! - No puedo jugar contigo -dijo el zorro-, no estoy domesticado. - ¡Ah, perdón! -dijo el principito. Pero después de una breve reflexión, añadió: - ¿Qué significa "domesticar"? - Tú no eres de aquí -dijo el zorro-. ¿Qué buscas? - Busco a los hombres -le respondió el principito-. ¿Qué significa "domesticar"? - Los hombres -dijo el zorro- tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas? - No -dijo el principito-. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"? -volvió a preguntar el principito. - Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa "crear vínculos". - ¿Crear vínculos? - Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo... - Comienzo a comprender -dijo el principito-. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado... - Es posible -concedió el zorro-, en la Tierra se ven todo tipo de cosas. - ¡Oh, no es en la Tierra! -exclamó el principito. El zorro pareció intrigado: - ¿En otro planeta? - Sí. - ¿Hay cazadores en ese planeta? - No. - ¡Qué interesante! ¿Y gallinas? - No. - Nada es perfecto -suspiró el zorro. Y después volviendo a su idea: - Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de Sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo. El zorro se calló y miró un buen rato al principito: - Por favor... domestícame -le dijo. - Bien quisiera -le respondió el principito-, pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas. - Sólo se conocen bien las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame! - ¿Qué debo hacer? -preguntó el principito. - Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca... El principito volvió al día siguiente. - Hubiera sido mejor -dijo el zorro- que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios. - ¿Qué es un rito? -inquirió el principito. - Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones. De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida: - ¡Ah! -dijo el zorro-, lloraré. - Tuya es la culpa -le dijo el principito-, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique... - Ciertamente -dijo el zorro. - ¡Y vas a llorar!, -dijo él principito. - ¡Seguro! - No ganas nada. - Gano -dijo el zorro- he ganado a causa del color del trigo. Y luego añadió: - Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto. El principito se fue a ver las rosas, a las que dijo: - No sois en absoluto parecidas a mi rosa. Nadie os ha domesticado ni habéis domesticado a nadie. Sois como era antes mi zorro, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo. Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles: - Sois muy bellas, pero estáis vacías y nadie daría la vida por vosotras. Cualquiera que os vea podrá creer indudablemente que mi rosa es igual que cualquiera de vosotras. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y, algunas veces, hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin. Y volvió con el zorro: - Adiós -le dijo. - Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: no se ve bien sino con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos. - Lo esencial es invisible a los ojos -repitió el principito para acordarse. - Lo que hace más importante a tu rosa es el tiempo que tú has perdido por ella. - Es el tiempo que yo he perdido por ella... -repitió el principito para recordarlo. - Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa... - Soy responsable de mi rosa... -repitió el principito, a fin de acordarse. Capítulo XXI de “El Principito” (Antoine de Saint-Exupery)
«Los sabios perfectos de la antigüedad
eran tan sutiles, agudos y profundos que no podían ser conocidos. No conociéndolos, apenas sabemos describir su apariencia: eran tardos, como quien cruza un río en invierno; prudentes, como quien no quiere ofender a sus vecinos; discretos, como un invitado; pasajeros, como el hielo que se funde; sencillos, como un tronco de madera; disponibles, como un amplio valle; y opacos, como el agua turbia. ¿Quién puede, como ellos, a través de la quietud, aclarar lentamente lo turbulento? ¿Quién puede, como ellos, en el movimiento, permanecer en la calma hasta el momento de actuar? Quien sigue este Tao no anhela la abundancia. Por no estar colmado puede ser humilde, eludir lo vulgar y alcanzar la plenitud.» (Tao Te Ching, cap. XV) ¡Cuán maravilloso es el Taichi Chuan, cuyos movimientos siguen las leyes de la naturaleza! Continuo como una pulsera de jade, cada movimiento expresa el símbolo del Taichi. El cuerpo entero se llena de un continuo Qì, no hay desequilibrio entre lo superior y lo inferior. Apoya los pies con pasos de gato, moviendo el Qì como se enrolla la seda. En el movimiento, todo se mueve; en la quietud, todo está en calma. Arriba, el vértice de la cabeza está suspendido, y abajo el Qì se hunde en el Dantian. Relaja los hombros y baja los codos; estira la espalda y relaja el pecho. Cuando el weilu (sacro) está vertical de forma natural, el cuerpo se siente relajado y el Qì vivo. Utiliza la mente y no la fuerza, girando el cuerpo sobre la cintura. Todo sube desde la raíz, en los pies, mientras piernas y cintura se alinean perfectamente. La energía asciende por columna vertebral, y llega hasta los brazos y la punta de los dedos, porque, donde quiera que el Qì vaya, se manifiesta en el cuerpo. Todo esto depende de la mente, y nada tiene que ver con la fuerza bruta. Cuando lo lleno y lo vacío se distinguen claramente, lo duro y lo suave se adaptan a los cambios. Ying y Yang deben complementarse mutuamente, cuando al movernos de un lado a otro, giramos y cambiamos de postura. El Qì se despierta al variar la relación entre energías, y el espíritu permanece adentro. El movimiento surge de la quietud, pero incluso en el movimiento hay quietud. El espíritu dirige al Qì en su movimiento, y la palma y la muñeca están conectadas a la cintura. Nuestros pasos se adaptan a los cambios de situación, y las manos y los ojos se acomodan a las condiciones. Rapidez o lentitud siguen los movimientos del oponente; con el peso a un lado, nuestros movimientos no se retrasarán. Sin perder el contacto o sin dejar de agarrar, cada postura debe anticiparse al adversario. Después de atraer al oponente y neutralizar su energía, emitimos energía como un pozo burbujeante. Dejemos que el más fuerte agresor nos ataque, mientras cien gramos desvían mil kilos. Clásicos perdidos del Taichi
de finales de la dinastía Ching Todo comenzó, o acabó, en los años sesenta, mayo de 1968, incluso antes. Era el canto del cisne de la modernidad. Aquella modernidad inefable con su arte de vanguardia, su marxismo y su psicoanálisis; aquella modernidad provinciana, patética y redentorista, la de la subversión permanente, de cuando había que estar siempre rompiendo códigos y asuntos por el estilo. Yo viví un poco el apogeo/estertor de aquella modernidad en California. Primero fueron los coléricos Allen Ginsberg y Jack Kerouac, pero también el dulce Ferlinghetti y el loco Gary Snyder. Venían de Whitman, amaban a Charlie Parker, citaban a Blake: «el camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría». Predicaban el desbloqueo de la percepción. Guerra a las posturas squares, a la respetabilidad puritana de la clase media, pero también a la beatería escatológica de la izquierda tradicional. Finalmente, los beat abocaron en los hip, los cuales se dispersaron en comunas. Los hip se dieron a conocer en San Francisco y uno los veía merodear, allá por 1966, en Haight Street esquina Ashbury Street, y por un tiempo aquello fue el disloque: turn on, tune in, drop out. Consignas del enfebrecido Timothy Leary. Free Speech Movement. Zen approach. Joan Baez: We shall overcome. Bob Dylan: cuántos caminos tiene que recorrer un hombre antes de que se le pueda llamar hombre. Revolución cultural que, paradójicamente, hundía sus raíces en la tremenda inocencia ideológica de los norteamericanos. Para un espectador que venía de Europa aquello era lo más sorprendente: el candor sociopolítico, la falta de cinismo, la espontánea puesta en práctica de las propias convicciones. Poca teoría política bajo los movimientos contestatarios. Algunos citaban a Marcuse, pocos le habían leído. Se rechazaba globalmente, por instinto, la ideología tecnocrática, o socialista del progreso y se exigía el paraíso ya. Paradise now. De ahí a la droga, claro está, sólo había un paso. La droga era entonces el LSD. También las anfetaminas (speed) y la marihuana. La droga la tomabas, a veces, sin enterarte, porque te invitaban a cenar y la metían de matute entre los alimentos, y así, inesperadamente, viajabas. Pero la droga acabó siendo irrelevante, y el propio Aldous Huxley, antes de morir, desaconsejaba enérgicamente su uso. Allí lo que importaba era la complejidad de un movimiento, aparentemente candoroso, que remitía a la tradición subterránea, que recogía mil genealogías dispersas, que configuraba una matriz híbrida, que hacía referencia a una cultura sin pecado original. Era el mensaje más genuino del inimitable Alan Watts: el taoísmo subterráneo de Occidente. (Que en el fondo entroncaba con la propia tradición de la democracia norteamericana, con el espíritu de los padres fundadores, con la desconfianza instintiva hacia el Estado). Por fin se decía en voz alta que existen mil alienaciones aparte la económica. Se ponía en solfa la ideología del progreso puro y duro, la falacia del tiempo y de la historia. Se descubría, se redescubría, que la naturaleza es más inteligente que el hombre. Y ya digo que nadie explicaba esto mejor que el finísimo Alan Watts. Elocuente, paradójico, atrayente, seductor, menudo de estatura, delgado de cuerpo, alargado de cabeza, barba de chivo, ojos vivísimos, aire de predicador callejero, el gurú tramposo, the epicure who drank much, comenzaba por no tomarse en serio a sí mismo. Decía: «cuando uno se pone demasiado serio, sea a propósito del sexo, sea a propósito de la religión, comienzan los crímenes». Watts, más que nadie, incorporó el Zen y el taoísmo dentro de la propia tradición occidental. «El misterio de la vida no es un problema por resolver, sino una realidad que experimentar». Watts predicaba/practicaba el principio taoísta de que no hay nada más inhumano que las relaciones humanas basadas en la moral, o sea, en la abstracción. Watts había penetrado en lo más profundo de la paradoja del taoísmo/budismo, que es la paradoja de la condición humana, la trampa ambivalente del lenguaje, el bucle extraño de la autoconciencia. Era la voz del taoísmo (también del budismo zen): el brinco a la inocencia, la ecológica superación de las fronteras y las dualidades. Pero ya se sabe que en Occidente apenas hay tradición taoísta. Una vez escribí un artículo en esta misma tribuna (El anarquismo como taoísmo), donde explicaba que únicamente un cierto pathos libertario tiene que ver con la recuperación de la inocencia taoísta. El refinamiento coactivo, abstracto, de las sociedades con Estado, con capitalismo, con división de trabajo, con sistema monetario, donde la realidad acaba siendo sustituida por símbolos y modelos, eso exige que haya un dinamismo contrario, algo que nos permita recuperar, o al menos atisbar, la no-dualidad de lo real en sí mismo. Sólo muy recientemente, y a menudo con caricaturas burdas, reaparece en Occidente una actitud sin sentido del pecado. Donde las personas no piden disculpas por ser como son. Donde la introspección no conduce, como en San Pablo, en San Agustín, en Lutero o en Kierkegaard, a la vergüenza de uno mismo. Pero la matriz judeocristiana es persistente. Aquí, en Occidente, todavía lo más frecuente es pensar que la moralidad sólo puede asentarse en la culpa. Quiero decir que, casi por definición, Occidente es culpa. Fisura. Autodesprecio antropológico como contrapartida de la sumisión. Escritores aparentemente rebeldes como Kafka, Faulkner, Joyce, Becket, Sartre, nos recuerdan constantemente que el mundo es hostil y el hombre es pecador. Sean o no judíos, todos siguen la tradición bíblica, la cultura del pecado, o sea, de la sumisión. El psicoanálisis cómo pesquisa de culpas enterradas en el inconsciente no pretende alcanzar la inocencia sino un mero encaje entre culpa, mente y ego. De modo que, en Occidente, intentar ser taoísta es complicado. Faltan cómplices y sobran simplificadores. ¿Quién puede ser inocente después de Auschwitz? Recuerdo una comida en Ampurias, frente al Mediterráneo sabio, con Javier Solana, Inmaculada de Habsburgo, Xavier Rubert de Ventós y otros amigos. Solana era ya ministro español de Cultura. Así que le dije a Solana: «puesto que nadie sabe para qué sirve un Ministerio de Cultura, ¿por qué no se dedica una parte del presupuesto para diseñar un espacio cultural sin sentimiento de culpa?». Y he aquí que saltó inmediatamente Xavier Rubert de Ventós: «pero si en la vida sólo hay sentimiento de culpa y cuatro cosas más». Era la voz de Occidente. Occidente judío, cristiano, existencial, patético, conflictuado, dualista, emprendedor: huimos de la culpa haciendo historia. Nuestro arrepentimiento es esa fuga hacia adelante que llamamos progreso. Pilares de la vieja sociedad industrial, renuncia a las pulsiones instintivas, Sigmund Freud y los grandes a priori de nuestra cultura, con o sin ministerio de la ídem. Y ésa es la dificultad de ser taoísta, que es la dificultad de ser inocente, que es la dificultad de desaprender todo lo que hemos aprendido, que es la dificultad de liberarse de las trampas del lenguaje ordinario. Todo ello de manera crítica y no ingenua. En el bienentendido que la espontaneidad humana se alcanza cuando los verbos se hacen intransitivos, cuando, superadas las defensas del ego, uno deja que las cosas se organicen por sí mismas, suprimida la frontera entre lo natural y lo artificial, donde la inocencia también es picardía; la ciencia, arte, y todo forma parte de un proceso múltiple, disperso, creador e imprevisible, presidido por el paradigma de la autoorganización. Salvador Pániker
Publicado en El País, 23 de Septiembre de 1987 ¿Qué puede significar el anarquismo hoy? Comencemos dando un rodeo. Sostenía Alan Wats que es una verdadera catástrofe cultural el hecho de que en Occidente no exista una tradición taoísta frente a la tradición digamos confusionista que es siempre la tradición oficial. Y oficializada. Al privilegiar de manera exclusiva el orden social establecido se provocan las inevitables actitudes irracionalistas tan características de la historia occidental. Dicho de otro modo: al no haber una tradición de descodificación de la conciencia, el código se hace intolerable, y lo que es más grave, nace un fuerte sentimiento de disconformidad con lo real. Con el origen. Un ejemplo de lo que quiero decir nos lo proporciona una mala asimilación del glorioso legado de la ciencia. Cuando no hay una tradición taoísta, o si lo prefieren mística, la ciencia sólo aboca a una visión frustrante y cuasi irreal. El convencionalismo, la teoría lingüística de que las verdades lógicas son verdaderas por convención, no encuentra su contrapartida real. Bertrand Russell hizo una célebre declaración: «La matemática es la disciplina en la que nunca sabemos de qué estamos hablando ni si lo que estamos diciendo es verdad». La frase es extrapolable. Se comprende, pues, la tentación totalitaria, el mito que censura todas las incertidumbres. Hay una protesta latente contra un simbolismo que termina diluyendo la realidad y se busca la salvación en un simbolismo absoluto: lo teológico, lo totalitario. Pues bien; el anarquismo puede ser considerado como un movimiento que cobra sentido en este contexto. El anarquismo ha venido a suplir al taoísmo. El refinamiento coactivo, abstracto, de las sociedades con Estado, con capitalismo, con división de trabajo, con sistema monetario, nos aleja del intercambio concreto, real, entre hombres, personas y cosas. Cuando el anarquismo tiende a la supresión de la moneda (ese símbolo abstracto que precedió incluso a la aparición de los primeros alfabetos sofisticados y ya no ideográficos) tiende al origen. La oculta intuición del anarquismo es ésta: la sofisticación simbólica, la división del trabajo, la edificación del Estado,el centralismo, sólo tienen sentido si -al ser superados- nos devuelven críticamente a un origen donde vuelva a reinar la diversidad, la estructura no jerárquica, la espontaneidad no programada, no simbolizable, y todo ello sin pagar los costes que los pueblos salvajes pagaron por ello. Dicho de otro modo: el anarquismo sólo tiene sentido en la medida en que se inscriba en una filosofía de la ambivalencia. Orden artificial y orden natural Del mismo modo que no existe (ni probablemente cabe) una teoría económica del anarquismo, tampoco puede haber un sistema anarquista. Cabe, eso sí, una aspiración a recuperar los valores de una sociedad agraria, pero sin ingenuidad. A mi juicio, la ingenuidad del anarquismo histórico procede del planteamiento, ya expresado por Bakunin, de que detrás de un orden artificial perverso existe un orden natural bueno. O dicho con la célebre terminología de Tonnies: consiste en distinguir todavía entre Gesellschaft y Gemeinschaft. Pero ¿por qué la comuna o los llamados grupos espontáneos iban a ser entidades más naturales que la empresa organizada? El mal no está en la empresa ni en la organización, sino en la forma no ambivalente de la empresa y de la organización. El mal está en imponer el orden sin dejar ningún margen para su correspondiente desorden. La solución está en que la complejidad nos aproxime al origen, en que lo simbólico sirva para desprenderse de lo simbólico: la escalera de Wittgenstein. Lo que diferencia a la democracia del totalitarismo es una mayor sofisticación simbólica que hace posible una paradójica mayor interrelación real entre los hombres. Nadie discute que el Estado moderno -que todavía hoy es el Estado hegeliano- coacciona a los individuos. Lo que ocurre es que hay que entender el Estado no como un estado, sino como un proceso. El Estado democrático es aquél que permite que se denuncie la coacción de todo Estado. A partir de aquí, el Estado democrático puede ir aproximándose a la libertad por la vía de la sofisticación retroprogresiva. Y sólo en el límite, lo que hoy entendemos por Estado podrá ir, efectivamente, «al museo de antigüedades», como quería Engels. Porque el caso es que no cabe el retorno a un realismo ingenuo. He aquí por qué los propios anarquistas deberían ser hoy conscientes de que ya no es posible la vuelta a un estado de inmediatez prenacional con la natura. En primer lugar, porque no existe la natura. El anarquismo habrá de presentarse, en el futuro, más como el polo de una ambivalencia que como un ideario a realizar: precisamente como la indispensable dimensión desordenada de la realidad social. El anarquismo ha de entenderse como el taoísmo de Occidente, la descodificación de la conciencia. El anarquismo nos recuerda que la última función de lo simbólico es liberarnos de lo simbólico: devolvemos a la realidad que fluye. El anarquismo es enemigo de la abstracción. También lo era Lao-Tsé, de quien son estas palabras: «Suprimid la sagacidad, descartad la pericia, y el pueblo se beneficiará cien veces; suprimid el humanitarismo, descartad la justicia, y el pueblo recobrará el amor a sus semejantes». El anarquismo es, pues, una contrapartida de lo teórico, una dimensión de la política, una fuente de descodificación, un antídoto contra la rígida conciencia socializada, una rebelión contra los símbolos interpuestos. También lo dijo Lao-Tsé: «La verdadera virtud no es consciente de sí misma». Traslademos la frase: el verdadero anarquismo no es ningún sistema, sino más bien una indispensable dimensión no programada de cualquier sistema estable. Un síntoma de buena salud. Salvador Pániker
Publicado en El País, 10 de Julio de 1982 «"The Potter" (el Alfarero) es una criatura antigua que da vida a la arcilla. En su cuidado está un aprendiz que desea aprender el secreto. Ésta es su historia...» (Josh Burton)
«Coloca una carpa en un estanque en cuyo centro haya una piedra; coloca otra carpa en un segundo estanque, éste sin esa piedra. En el primero, la carpa nadará en torno a la piedra, la que le procurará un ejercicio constante sin que por ello se ponga en duda su resistencia. Esa carpa se hará grande antes que la del otro estanque: esto se debe a tener que repetir "constantemente" el mismo ejercicio». (Okada Torajido)
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Manuel RodríguezEterno aprendiz... Archivos
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